El cielo se abre arriba mio, el camino me lleva serpenteando por lugares hermosos; mientras el sol comienza a prepararse para su viaje en el inframundo, yo contemplo las sombras alargadas de todas las cosas y por un momento me detengo en la mía.
Me siento pequeña pero ella se muestra enorme, exagerada;
Yo no entiendo la mayoría de las cosas,
ella en cambio se funde con todo.
No se preocupa por llegar a ser, se transforma en lo que quiere,
cisne, elefante, conejo...
Por más que divague ella tiene siempre los pies en la tierra.
Aún así ambas cambiamos por algo o alguien, estamos determinadas, aunque no del todo, por lo exterior; por orden y caos por igual; por voluntades conocidas como desconocidas, por ese "yo" impersonal que vaga por las ciudades y que suele levantar su voz por encima de grandes sujetos.
¿Cuántas veces me sentí como una sombra, deformada y ausente, brumosa, no oscura sino gris, incapaz de establecer relación con los demás, formando parte de nada?
Con el tiempo, aunque no por él, se puede aprender a poner una barrera que impide ser lastimada por lo insignificante, lo exterior al corazón y la razón; por esos dedos que apuntan a todos sin diferencia, dedos que son de todos y de ninguno; por ese canto entonado impersonalmente desde un lugar inescrutable. Comprendí hace poco que esa barrera es el principio de una construcción conjunta con aquellos que amo ¿Cómo puedo ser yo y actuar más allá del miedo y los prejuicios ajenos si éstos invaden a mi cofradía?