Náufragos Celestes

jueves, 29 de mayo de 2014

Fluye...

Fluye, no te estanques, no temas a las dificultades, abrázalas, acéptalas, supéralas. Al vencerlas se calibra el cuerpo y la mente. No esquives el error abandonando, muy por el contrario, agradécelo, entiéndelo y aprende. El que camina senderos desconocidos tropieza  y puede perderse, no por eso debe dejar de andar. Rendirse equivale a la peor de las muertes, sin resurrección ni renovación, sin reconocimiento y significado. Agradece a los que se preocupan y se esfuerzan para que cumplas tus sueños, porque cuando los cumplas te darás cuenta que ellos salvaron tu vida permitiéndote resistir las impredecibles embestidas del destino.
 Que la turbación no te desanime; una mente que no se desconcierta no se esta empleando, así como un cuerpo que no duele no se esta ejercitando.
 Crea, Renueva, Juega, Fluye...


"El arroyo que encuentra un obstáculo es el que canta"


domingo, 18 de mayo de 2014

Ahí vas tu, poesía de un solo verso...


Ahí vas tú,
poesía de un solo verso
recitado en silencio
sin eco o esperanza.

Jovialidad ignorada
pisoteada y arrancada
de un corazón que se nutre sombrío.
Abandonas las calles del amor
perdiéndote en desidias tardías.

Ave sin alas que ruega dejarse caer
dejarse caer una última vez.
Memoria que carcome el interior
concédele un momento de perdón
que solo quedará cascarón
y no un amor, ni una pasión...

Destino perverso
que siembras solo desencuentro
en almas ingenuas
condenadas a la divergencia.
Desdichada tempestad
que te empuja mar adentro,
haciéndote navegar por aguas de salada amargura.

Ahí vas tú,
poesía de un solo verso
recitado en silencio,
te pierdes en la lejanía
y yo no te escucho ni siento.
Me arrepiento, pero acaso la hora
ya es tardía y el futuro no tan cierto...

domingo, 11 de mayo de 2014

Solo en la oscuridad...


El aspecto de aquél niño era insano, sepulcral, por qué me miraba así era un misterio que no tenía tiempo de resolver. Acudí al encuentro de mi cliente Kjartan en el café de la calle Baker. Las luces del interior eran tan cálidas que desde afuera parecía estar abandonado. Entré y ahí se encontraba él, contorsionado sobre la mesa del rincón más alejado. Al sentarme no pude evitar ver las tres tazas de café que ya había absorbido esperando que le proporcionen clarividencia suficiente al intelecto. Estuvimos en silencio largo rato, él mantenía su mirada fija en una pared y por instantes parecía observar un horror vivo. Cuando se dignó a hablar, sus únicas palabras fueron "no sé que decir" Sentí muchas ganas de golpearlo, cómo podía citarme de urgencia sin tener nada para decirme. Lo miré fijamente a los ojos y no encontré vida ni sentimientos,  deduje que sus pensamientos debían ser negros como la noche. No tardó mucho en excusarse para ir al tocador. Decidí tomármelo con calma y ordenar un café irlandés que me brinde paciencia y esa espontaneidad que surge con la adecuada dosis de alcohol. Los minutos se escaparon sigilosos y cuando me percaté ya era demasiado tarde. Entré en el tocador y la fría brisa de la ventana abierta no hizo más que enfurecerme.
 Desde que tengo memoria confío en el poder de la razón, el éxito en mi carrera de detective se debe a esa confianza ciega, a priori. Aunque solo lo había visto tres veces en mi vida, Kjartan no tenía donde esconderse. Sus pisadas en el barro bajo la ventana revelaban que se dirigía hacia el norte, más precisamente a su departamento en la calle Amharach.
 Encendí mi pipa y achiqué la distancia que me separaba de su guarida. Una densa niebla cayó sobre las calles, haciendo que todo parezca difuso y malsano. Algunas figuras pasaban a mi alrededor indiferentes, en los callejones las parejas desahogaban su lujuria sin reparos. Veinte minutos después me encontré fuera del edificio en el que días atrás había visto entrar a Kjartan. Entré y comencé a subir las escaleras. Había cinco departamentos pero las huellas de barro fresco se detenían en el  del tercer piso. ¿Cómo sabía Kjartan que yo estaba a punto de detenerlo? Él me había contratado para encontrar al asesino de su hijo una semana atrás. La escena del crimen se encontraba en una casa abandonada a escasas cuadras de su departamento. El niño había sido estrangulado ferozmente. Un hecho peculiar fue la falta de signos de resistencia en la víctima. Al día siguiente fui contactado por una tal Heather Black, que no resultó ser otra que la abuela del niño y suegra de Kjartan. Además de implorarme por el descubrimiento de la verdad, la señora Black me informó de un hecho que su yerno había decidido pasar por alto. Efectivamente yo estaba al tanto que la esposa de Kjartan había muerto un año atrás, pero no de que la causa de muerte había sido una soga alrededor de su cuello. O mi cliente sabía más de lo que me había contado o era una de las personas más desafortunadas del planeta. Saqué mi revolver y me dispuse a entrar. La puerta había sido cerrada con llave y no tenía tiempo de utilizar mis ganzúas. Al patear la puerta me interné en un ambiente amplio, las persianas se encontraban bajas y un aroma a encierro y humedad me rodeo rápidamente. Vi una luz en la habitación y me dirigí hacía ella con mucha cautela. Sin duda Kjartan me había escuchado entrar pero aún así se encontraba arrodillado en medio de la habitación, iluminado por dos velas a medio consumir.
-No se a qué estas jugando pero vas a decirme lo que quiero saber- le dije, y comenzó a llorar.
 -No importa lo que diga, los dos estamos condenados. Hace tiempo que lo estamos, yo hace un año, vos hace una semana ¿O negaras la presencia de los muertos en las calles?
-¿De qué estas hablando?
-Sin duda le mencioné que mi esposa falleció hace un año ¿No es así detective? Omití mencionar que fue un suicidio. Cuando pasó ella acababa de perder a nuestro primer hijo.
 -¿Cómo que primer hijo? Pero si usted me contrató para...
-No, mi hijo William, difunto hace una semana, no era hijo de mi esposa. Y ese era el problema, ella me acusó de no llorar a nuestro hijo, de querer más al bastardo. de no amarla verdaderamente y que por todo esto me castigaría y atormentaría por toda la eternidad. ¡Puedo decir en mi defensa que nada de eso es verdad! ¡Lloré a nuestro hijo pero ella eligió no verlo, eligió odiarme sin razón!
Las llamas de las velas temblaron súbitamente y de un lado emergió un rostro pálido y terrible como el mar embravecido.
-¡No sin razón perro lastimero! ¿Pensaste que podías poseerme y luego negar a nuestro hijo? ¿Pensaste que tu fortuna era solo tuya? Espero que entiendas que no vas a llegar a disfrutarla.
-¡Ya no quiero disfrutarla, Ya no tengo nada de valor!- gritó Kjartan.
-Entonces querido mío, acaba con tu vida y con la de ese hombre que intenta quitarte lo único que te queda, tu nombre y la libertad de unirte a mí en la muerte.
Dicho eso se escucho el martillo de un revolver. Con un rápido movimiento de mi capa conseguí apagar las dos velas y salí corriendo sin mirar atrás. Segundos más tardes una detonación alcanzo mis oídos.
 Cuando llegó la policía me di cuenta de que por alguna razón me encontraba embotado. Entramos al departamento y descubrimos el cuerpo sin vida de Kjartan en la habitación a oscuras. No había señal de la mujer. Antes de irme pude ponerle nombre a otros aromas que se encontraban en aquél desdichado departamento.


Durante días seguí en secreto a Heather Black. No había nada de sospechoso en sus movimientos diurnos. Realizaba mandados y visitaba a sus amigas. Por las noches mantenía encuentros discretos con distintos caballeros en varios cafés de la ciudad.
 Para cada uno de estos encuentros solía "disfrazarse" de una manera particular. Al señor calvo y obeso, magistrado de la suprema corte, lo esperaba siempre con un vestido, saco y sombrero verde oscuro. Al eminente y joven abogado Sebastian Eckhart lo esperaban una cabellera suelta y un vestido ajustado acompañado de guantes rojos. Podría seguir la lista siendo lo único que saquemos en blanco la innegable belleza de la señora Black a sus cuarenta y cuatro años.
 Cierta noche, mientras Heater daba rienda suelta a sus placeres más bajos en algún callejón, decidí hacer guardia frente a su casa. A la medianoche me pareció avistar un leve destello en la ventana más alta de la casa. No sabía si era real o producto de mis sospechas pero la decisión estaba tomada. Pocos minutos después me encontraba en el segundo piso de la casa Black. Todo estaba a oscuras, los postigos gruñían por el viento, ocultando cualquier sonido invasor. Un intenso perfume llegó hasta mi y me oculté junto a una biblioteca. Una sombra pasó veloz por el centro de la habitación en dirección a las escaleras. Me apresuré en seguirla y al llegar al ático la pude ver. Su nombre era Sofía, Sofía Black, la tenue llama de una vela parecía solo poder iluminar su rostro pálido y enjuto. Bajo mis pies crujió una madera e inmediatamente aparecimos en la mira del revólver del otro.
 Nos quedamos inmóviles,el único indicio de que el tiempo seguía corriendo era el disonante choque de los postigos.

-Hizo mal en venir detective, temo que esto terminará mal para ambos-dijo lentamente.
-Mentiría si dijera que no lo pensé, pero permitame decirle que usted luce muy asustada para ser un fantasma, señorita Sofía.
-¿Usted qué sabe de fantasmas? ¿Qué sabe de la muerte usted, profanador de cadáveres, perturbador de la paz absoluta? Por su bien debió dejar tranquila a la parca y sus misterios.
-Son sus actos, no los míos, señorita, los que nos trajeron a este momento desafortunado. Si tan solo usted no hubiese decidido intentar quedarse con toda la fortuna de su difunto esposo; si no hubiese fingido su embarazo ni su muerte, rodeada de amenazas y maldiciones de ultratumba; si no hubiese llenado de drogas el departamento de su amado para que, embargado por la culpa y preso del
delirio, asesine a su propio hijo, quizás hubiésemos podido permanecer como desconocidos. Lamentablemente ahora nos llega el final.

Cuando la señora Heather Black llegó a su casa encontró a su hija muerta en el ático. Aparentemente esta vez si se había suicidado. Cuando llamó a la policía me hice el desinformado y la consolé. Pese a que le debo mi acaudalado futuro, diré en mi defensa que luego de incontables encuentros trasnochados me enteré que ella era la beneficiada por el testamento de Kjartan.
 Lo que nunca le diré será que la pistola en las manos de Sofía era la mía, que antes de que su hija y yo apretemos el gatillo me pareció ver  un niño a su lado, un niño rodeándola con manos etéreas, llevándosela al más allá, dejándome solo en la oscuridad...