Náufragos Celestes

martes, 18 de marzo de 2014

Una luz en la noche...

Merodeaba en la noche, ningún propósito especial me mantenía despierta por aquellas horas. Los pies me dolían de tanto caminar y mis ojos comenzaban a flaquear. Me senté en un banco en la plaza solitaria y por unos momentos solo me limité a disfrutar la música que fluía de mis auriculares. Todo era perturbadora quietud, solo con el pasar de los minutos pude percibir la existencia y naturaleza del campo de batalla en el que me encontraba. Una lechuza vigilaba sobre un farol centenario; pequeñas formas de vida se refugiaban inútilmente en el corto césped de un otoño que parecía haberse instalado en el mundo siglos atrás. Con cada vuelo del ave la tierra perdía una voz.


 Al levantar la vista  no pude evitar notar que, en el extremo opuesto del agora, luz escapaba por la ventana de un monstruo residencial. La oscuridad no parecía ocultarlo, sino más bien manar de él. Aquella luz rompía con todo su entorno, era una estrella marginada que aniquilaba la visión informe de opacidad. 
 Por momentos intenté imaginar qué ocurría en aquella habitación pequeña ubicada a menos de cien metros de distancia. Sin duda amantes apasionados me dije. Que pensamiento insípido. Aunque era lo más probable, intenté creer en algo menos universal y ordinario...después de todo un alma solitaria podría estar cultivándose en los misterios de las formas y la proporción; consultando antiguos manuales desperdigados sobre el escritorio y el lecho, creando nuevos caminos en su destino con cada párrafo concluido. 
 Al aguzar la vista parecía como si distintas sombras danzaran en la trémula luz que llegaba a mis ojos cansados. Mi mente se perdió en la visión de un ritual milenario, un escalofrío me trajo de vuelta y miré a mi alrededor, desconfiando de cada penumbra. Un sonido terrorífico aunque efímero pareció llegar de más allá de mis auriculares. Me los quité de inmediato y cerré los ojos. Solo la brisa y el murmullo de las hojas. -Ya es hora de volver- pensé. Me incorporé y me acomodé el morral. Di un último vistazo a la ventana con la luz encendida. Ya no parecía haber movimiento dentro, aunque era mi impresión que su tamaño había menguado. Me di vuelta y me alejé lentamente, añorando una ducha antes del sueño reparador. Tome los Auriculares y al acercarlos al oído todo cambió. ¡Cómo no se me había ocurrido! La noche se encontraba expectante, sedienta...no es muy difícil imaginar lo que se necesita para tomar ciertas decisiones prohibidas, tenebrosas, tétricas...

Para algunas personas la indiferencia e insensibilidad pueden cobrar un peso insostenible en segundos. 

No había estado segura del primero pero ahora no podía dudar, con los auriculares todavía fuera de mis oídos escuché un grito desgarrador, luego mi mente se anticipó y reprodujo,casi simultáneamente, el golpe sordo contra el asfalto.





Esa noche, con cada vuelo del ave, la tierra perdía una voz...y con cada indiferencia

un alma decía adiós.