Náufragos Celestes

viernes, 31 de enero de 2014

Voyage 1...Horo



Hubo una época en que una deidad recorría los campos sembrados de los hombres, solo bastaba una sonrisa para que las cosechas sean bienaventuradas y abundantes. A cambio de este favor, los hombres oraban y sacrificaban ovejas en su nombre. La riqueza de la región se multiplicaba año a año. Grandes molinos comenzaron a gobernar el paisaje. Las monedas de oro llenaron las arcas familiares y el corazón de las personas. Las casas mudaron sus huesos de madera y se hicieron de piedra. Sus puertas se reforzaron y sus cerraduras se intrincaron.
 Luego de una década de abundancia, la diosa decidió otorgarle un año de descanso a la tierra. Los hombres no podían concebirlo. No cabía en la cabeza de nadie que la diosa los prive de su favor. Pronto se revelaron, olvidando sus orígenes, y la maldijeron con palabras terribles.
 Por primera vez en siglos, una raza de bestias exilió al brillo de la divinidad. La maldición caería sobre ellos mismos, ignorantes de la verdadera bondad y el amor materno. La codicia sería su perdición.

Despojada de su hogar en el corazón de las personas, Horo, la sabia, se preparó para recorrer el mundo. Tomó la forma de una hermosa joven y partió sin mirar atrás.

Voyage 1

La luz del sol bañaba los campos mientras Horo los recorría taciturna. Hacia tiempo que su conexión con las demás bestias se había reducido a la de la mera cacería. Las colinas iban quedando atrás sin otro rastro de vida que los que puede insinuar un pastizal eternamente amarillo. ¿Hace cuánto no llegaba un dulce saludo a sus hermosas orejas de zorro? Solo el viento le hablaba en las calurosas tardes de verano, solo el viento le susurraba en las frías mañanas de invierno.
 Poco a poco el paisaje fue cambiando, los pastizales cedieron y la fría roca empezó a cubrirlo todo. Tras haber caminado varias semanas también la nieve apareció, y con ella, un enorme bosque de pinos.
 Aquél lugar se asemejaba a su primer hogar, milenios en el pasado. La melancolía la inundó con recuerdos cálidos y el presente de pronto se volvió más insoportable. Decidió, muy a su pesar, quedarse un tiempo allí.
 Aunque intentaba descansar, las energías la abandonaban rápidamente; cada respiro parecía costar el triple, hasta mantener los ojos abiertos requería un esfuerzo consciente abrumador.
¿Estaba el bosque maldito? ¿O sería la falta de compañía, como si de una hoguera sin oxígeno se tratase, lo que hacía que la llama de su espíritu titubee? Poco a poco la desesperación fue creciendo en su mente hasta el punto que creyó moriría sola, olvidada en las páginas del tiempo, intrascendente, impotente, desvinculada de la más mínima partícula del ser. Bajo esta sombra cayó y se extravió en la más profunda infinidad.

Al abrir sus ojos encontró unos muy diferentes a los suyos, pardos y de una intensidad para ella desconocida. La atravesaban y se sintió desnuda y vulnerable, más no amenazada. Reparó en una leve calidez húmeda en su frente, vestigios de un beso motivado por deseos ocultos. 
 El hombre que la observaba sonrió y se paró delante de una pequeña mesa. Se encontraban dentro de una  cabaña al pie de una montaña perdida en los límites de la tierra. Horo se preguntaba cómo había llegado allí hasta que el desconocido le alcanzó un plato de sopa y le explicó que la había encontrado inconsciente bajo un extraño pino gris casi cinco días atrás. Sin duda había sido muy afortunada, la gran nevada había comenzado poco después, lo que significaba que nadie hubiese podido encontrarla.
-¿Cuál es tu nombre?-preguntó ella.
 -Lawrence-contestó él con una voz que parecía no haber pronunciado aquella sucesión de letras en mucho tiempo.
-Muchas gracias Lawrence-dijo ella con voz queda y la mirada perdida en el suelo- mi nombre es Horo y estaré siempre en deuda contigo.
-Tonterías, salvar una vida no es como ofrecer un gran favor, es el acto mayor de un hombre libre. Además poder admirar tu belleza  es recompensa suficiente para mí.
Estas palabras fueron dichas con el cariño con que se pronunciaría un astrónomo acerca de la luna, que, pese a ser objeto de su admiración, es incapaz de poseerla. A Horo le extrañaba que un humano sea bueno con ella sin revelar otra intención. Para ella Lawrence era un misterio, una nueva raza de hombre, pero no se dejaría convencer tan fácilmente. Algo actuaba sobre él y ella iba a descubrirlo cueste lo que cueste...Después de todo ella era la Diosa Horo...



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Tenía ganas de empezar una narración, sin importar el final o el principio. Me perdí en la imagen de Horo y dije ¿Por qué no?...No es mi intención hacer un fanfiction, no estoy a la altura. Por el momento solo pienso en ejercitarme en la narración y estos dos personajes me van a ayudar al menos en un par de entradas más ;-)


miércoles, 15 de enero de 2014

Atlas de las Nubes



"(...) Todo se volvió claro. Desearía que pudieras ver este resplandor. No te preocupes, todo está bien. Todo es tan perfecto, tan condenablemente bueno. Entiendo ahora que los límites entre el ruido y el sonido son convenciones. Todos los límites son convenciones, esperando ser trasgredidos. Uno puede trascender cualquier convención, solo si puede concebir hacerlo. En momentos como estos, puedo sentir latir tu corazón tan claro como el mío y sé que la separación es una ilusión. Mi vida se extiende más allá de las limitaciones de mí"



Se que la separación es una ilusión...

miércoles, 8 de enero de 2014

Y allí dentro...


Encontrábame divagando sobre el poder de la mente, de la voluntad; fascinándome por el efecto que puede producir en el cuerpo una simple frase, originada en la mayor de las intimidades o escuchada entre la insulsa multitud. Como dista el lenguaje de ser una simple herramienta de comunicación. En esta noche espaciosa me pregunto cuántas veces ha sido un arma de precisión quirúrgica, un arma cruel y de frío brillo. ¿Cuántos han sucumbido en las tormentosas tardes de riñas y calumnias, hundiéndose en la peor de las desesperaciones?
Pero más raro aún...¿Cuantos se han salvado?
¿Quién repara en que la afección es decisión de cada uno?

"(...)Y allí dentro está la voluntad que no muere. ¿Quién conoce los misterios de la voluntad y su fuerza?
 Pues Dios no es sino una gran voluntad que penetra las cosas todas por obra de su intensidad. El hombre no se doblega a los ángeles, ni cede por entero a la muerte, como no sea por la flaqueza de su débil voluntad."

Edgar Allan Poe